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Estaba divagando en el balcón de mi casa, esperando la puesta de Sol. Una vez alguien me dijo: ¿Cómo esperas diariamente las puestas de Sol en Vallarta si todas son iguales?. Sólo me llevó tres días demostrar a mi amigo que cada puesta de Sol es un evento único, irrepetible e inigualable. La posición cambia diariamente, dependiendo de la época del año; más al sur en los meses de invierno. También el astro rey llega al punto de la cita en una gira mucho más inclinada que el resto del año.
El color, ni se diga, totalmente, cada día es uno nuevo: los rojos, los naranjas, los amarillos, los azules, los verdes… ¡Qué capacidad del sol para vestirse! O, más bien, para ponerse la pijama, de color diferente, cada crepúsculo. Mira el de ayer, de un color fuego, azul en la base, amarillo en medio y rojo en la parte superior: los tres colores se fundieron hasta formar uno solo, solo fuego, llama ardiendo. La forma del Sol cada día también varía. A veces es redondo como una pelota; a veces un poco achatado, como si la noche le empezara a poner una mano encima; a veces estirado, cortado uniformemente por unas tiras de nube que les gusta ser intrusas a esta hora.
El tiempo en que el sol se esconde también es diferente: a veces más corto, a veces más largo. Y qué decir de la bóveda celeste, cuando el sol se hunde atrás del horizonte, el cielo se cubre de toda la gama de formas y colores, formando caprichos que a los observadores nos gusta descifrar. Pero no solo cambia la puesta de sol, lo que más cambia somos nosotros, tú y yo, en esos momentos de espera, de contemplar cómo cobardemente el gran astro se va escondiendo hasta desaparecer.
A veces esperamos el momento llenos de entusiasmo, como esperando el gran espectáculo; a veces estamos melancólicos, extrañando quizá a alguien; otras veces nos hallamos pensativos, analísticos, optimistas, tristes, alegres, eufóricos, calmados… según nuestro estado de ánimo nos resulta la puesta del sol. Por eso le dije a mi amigo, hace ya tiempo: “tendrás que venir a mi balcón tres días seguidos y a ver si me haces de nuevo la pregunta”. Al tercer día se despidió de mí sin cruzar palabra. Sólo dijo: ¡Gracias!
Desde mi balcón.
Nacho Cadena.
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